- ¡Cuéntame una imagen! -se me ocurrió de pronto.
A veces, mejor no preguntar.
-Una línea roja -me dijo rápido.
-¿Y...?
-Y tú, y yo; cada uno a un lado.
Una vez al otro lado sólo hay que cerrar la puerta. Después es fácil ponerse a andar, es obvio el rumbo; el horizonte siempre es uno: inequívoco, esperando. Después del segundo paso el ritmo toma las riendas y el tiempo ya no importa. Así llegamos a ese lugar donde la luz se confunde con el techo que nos cobijó, donde todos los rostros se parecen a los hermanos que dejamos atrás, el silencio a una nana, y una sonrisa a la madre que no acudió nunca a despedirnos. Abarloémonos, amor,
bajo los últimos rayos de poniente
que mezan a tu alma mis silencios
que tus palabras
se amarren a mi puente.
Andreas Selvi
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