A veces el viento no sopla.
Nada se mueve.
Las velas se esfuerzan inútilmente por hincharse, como una gran oreja intentando recoger algún sonido; pero nada se mueve.
Nada suena.
Algunas veces parece que todo el aire estuviera ya en su sitio, para siempre.
Y nosotros, en medio del océano, perdidos y solos, como si ese fuera nuestro sitio, para siempre.
A veces parece que el tiempo no quiera pasar por donde estamos.
Pero el tiempo no pasa por ninguna parte, ni nosotros pasamos por el tiempo.
Nosotros somos el tiempo.
Algunas veces una quietud interminable nos envuelve y parece que no estamos ya dentro de nosotros.
No es el aire lo que echamos de menos, porque respiramos el silencio.
No es la luz lo que falta, porque vemos la risa de los otros.
No es el tacto lo que perdimos, porque podemos tocar la soledad.
Sólo es un hueco, allí donde antes estaban los deseos.
En el centro insondable de ese hueco, algunas veces, podemos llegar a sentir, por un instante, un punto recóndito y eterno, y sabemos entonces que ese punto de piedra diminuta es el centro de todo el universo.
Algunas veces el viento no sopla y el tiempo parece que no quiera pasar por donde estamos.
Y justo un momento después, las velas empiezan a moverse y aparecen deseos nuevos como nubes.
Volveremos a ser tiempo.
Volverá nuestra estela a partir en dos las aguas del recuerdo.
Volveremos a arrumbar allí donde nuestros deseos viejos se nos habían quedado pequeños sin saberlo.
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