Fui llegando, irremediablemente, poco a poco, cada vez más cerca, intuyendo primero el continente, el país después, la costa, la boca del puerto, el malecón, el hueco de mi amarre...
Fui llegando como si lo tuviera todo ya premeditado, como si alguna vez lo hubiera deseado, como si yo lo hubiera ido buscando.
Pero no fue así; no es cierto.
Llegué porque todas las aguas de la tierra, todas las cruces del sur y todos los carros de la osa, el universo entero fue cediendo como un colchón de plumón blanco de albatros hacia un hueco recóndito abierto para que, en un momento milimétricamente preparado, se encontrara la madera mojada de mi casco con la madera mojada del muelle.
Un golpe seco.
Tierra.
No puedo evitar leer este texto sin la presencia de la metáfora.
ResponderEliminarNo sé si lo has hecho intencionadamente o si es mi mente la que pone la intención.
Da igual. Es precioso.
La metáfora se instala siempre, aún en su propio hueco. Es como un ombligo, como este punto que atrajo mi texto.
ResponderEliminarUn placer, Sara.