jueves, 16 de diciembre de 2010

Las manos vacías

No sabía cómo darme las gracias. No había nadie más, sólo yo estaba allí. Palabras como puentes de mi boca a la suya. Nunca se regresa al mismo lado de un puente. El viajero lo cruza; el suicida se arroja justo en el centro. La simetría no deja lugar a la esperanza.
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Siempre hubo un suelo blando bajo tus pies, me dijo. Alguien te puso siempre una piedra debajo de cada paso, sólo has tenido que saltar. Reproches como sonrisas, manos extendidas como barandillas podridas ante el vacío.
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Siempre hay una piedra esperando el paso decidido; pero, eso, sólo se sabe un instante después del propio salto.
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Miro hacia atrás: un camino de puntos suspensivos. Un espejo de agua interminable delante mío. He sido un saltimbanqui audaz empujado por el miedo. He saltado mil veces sin ver suelo. Él también saltó, yo lo recuerdo; pero es fácil confundir a aquel que fuimos con el hueco de nuestra propia soledad.
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No sabía cómo darme las gracias; no sabía qué darme. Yo estaba allí y él tenía las manos vacías. La nada no se ofrece; se arroja, como el desprecio o el suicida.

2 comentarios:

  1. Muy bueno el texto. Has retratado la vida misma en muy pocas líneas, en una simple imagen, los puntos suspensivos.

    Genial.

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  2. Gracias Juanjo.
    Todos los puntos suspensivos (todas las islas) son tierra firme por debajo del agua.

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