Imagen: Quint Buchholz
La mujer-pájaro mira de reojo la ventana mientras hace el amor con el hombre-horizonte. Siempre está cerrada. Es normal, se dice, él tiene miedo de que alce el vuelo y no vuelva más.
Ella cierra los ojos y mueve levemente sus alas invisibles; sonríe: hoy no abandonará a ese hombre que vive cada momento como si fuera el último.
Él la abraza fuerte con un brazo mientras alarga el otro hasta sentir el frío del cristal, sólo quiere tocarlo. Tampoco esta noche abrirá la ventana. A su costado, dormida, esa mujer que sigue entregándose como la primera vez.
Entre los dos, siempre, dos orillas soñando despedidas.
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