
No sé por qué puerta entré, por qué ventana entreabierta en la noche, que acabé tropezando con todas sus heridas. En sus ojos, dolores revividos que ya no son de nadie; yo, perdido en un pasillo en el que ninguna puerta es para mí.
Abarloémonos, amor,
bajo los últimos rayos de poniente
que mezan a tu alma mis silencios
que tus palabras
se amarren a mi puente.
Andreas Selvi
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