El laberinto más simple es el camino recto que nos lleva
hasta el centro. Su regla es la distancia: casi siempre más larga que nuestro
propio tiempo.
El laberinto más complejo es ese que cambia constante y
eternamente; y en él, tarde o temprano, nosotros seremos el centro. Su
regla es el tiempo: mucho más, siempre, que el que hay en nuestros pasos.
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