Fotografía: Robert Doisneau
Suponiendo que un
hombre, una mujer
parten de puntos
divergentes, dispersos en un plano,
lugares que se
ignoran entre sí,
y a la velocidad
del entusiasmo
emprenden la
aventura, se ponen en camino,
van por ahí remando
en aguas turbias,
van por ahí
escuchando el vasto germinar de las semillas,
al acecho, en
sigilo, ahuecando la tierra a la esperanza,
suponiendo que
trazan trayectorias de curso irregular,
cada cual a su
amor, virando al viento,
quebradas
trayectorias cuyo sentido puede
al mínimo temblor girar
hacia el vacío,
suponiendo el afán,
la búsqueda, la sed,
el ensueño del
goce, la ilusión y la ausencia,
calculemos, a golpe
de intuición,
cuántas veces
tendrán las trayectorias
que cruzarse en el
brillo de unos ojos,
unos labios que
invitan, unas manos que asienten,
para incendiarse a
un tiempo, hombre y mujer, sembrar la tierra
de llamas como
ráfagas de lluvia.
-
Eduardo García: La vida nueva. Madrid, Visor, 2008