¿Quién querría vivir con el traje blanco de la primera comunión, crecer con él, salir en busca del amor con el uniforme desgarrado de marinerito, envejecer dentro de los mismos jirones, morir en el sudario ridículo de los primeros pantalones largos?
¿Quien querría salir a surcar los confines de la tierra y quedarse un metro más allá de la puerta de casa? (...porque el hombre nace ya un paso fuera de casa).
¿Quién compraría un coche que no se mueve, un barco que no separa el agua? ¿Quién pagaría por sentarse a ver, eternamente larga, la película de un solo fotograma?
¿Qué mago de cabaret nos cambió la piel cálida de nuestra amante por una fotografía plastificada?
¿Qué hechicero trocó en nuestro mapa la arrugada topografía de ríos, de ciudades, de valles y montañas por un cartón satinado de desierto inmensamente seco y solitario?
¿Cuándo nos olvidamos de que la vida es todo lo que pasa, de que también hay que enseñar a envejecer?
Llamé para felicitarle el cumpleaños. Me siento viejo, me dijo, no quiero envejecer. Y yo me puse gris de pronto, y no quise responderle. No quise preguntarle: ¿...y seguir viviendo siempre en tiempo muerto?