Un martilleo acuático e incansable llega desde la habitación contigua hasta la cama en la que está agonizando un hombre, es el sonido del monitor que amplifica los ruidos en el vientre de una mujer que está dilatando: un corazón que llega galopando con fuerza. Prisa diminuta a un lado de la pared, respiración cansada al otro. La vida y la muerte pasan por la misma puerta; se miran, se reconocen. Yo soy, somos, esa mirada.
Por la tarde es un llanto agudo y cantarín lo que llega del otro lado del tabique. A veces cuesta más irse que llegar.
Y hay una especie de sintonía especial entre los que se van y los que vienen, un amor distinto entre abuelos y nietos, desprovisto de muchas cargas.
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