Me llamó para quedar, un martes, de improviso:
-Cenamos juntos y charlamos -me dijo.
Llegué al restaurante ya sin apetito. No me hizo falta mirar la fecha en el calendario, siempre es así. Esas cosas se dejan siempre para el postre.
Abarloémonos, amor,
bajo los últimos rayos de poniente
que mezan a tu alma mis silencios
que tus palabras
se amarren a mi puente.
Andreas Selvi
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Todo lo trascendente se deja para el postre, lo bueno y lo malo, como si necesitáramos los dos platos anteriores para digerir lo que viene al final.
ResponderEliminar...o como si temiéramos que se nos atragante el resto.
ResponderEliminar¡Qué bien acompañado va el texto!
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